Por Lilia Fornasari de Menegazzo.
No es fortuito que nos estemos deteniendo en una postura pedagógica del «escucha». Vivimos en un tiempo de vértigo donde en la cultura se superponen lenguajes, tiempo y proyectos. Vivimos una aceleración de la historia donde puede apreciarse una cultura «fast” que influye en nuestras relaciones y en nuestra manera de ver y atender al otro.
Anselm Grün da una descripción típica de nuestra época y habla de la Akedia que la caracteriza. Entiende por Akedia la incapacidad de estar en calma, de estar en instante, de aceptar lo que sucede en ese momento. Da un listado de actitudes que surgen como consecuencia de la Akedia, actitudes que están muy lejos de la disponibilidad que requiere un buen escucha. Nos dice «el medicamento para la Akedia es el cuidado en todo lo que se realiza, la aceptación de la quietud y el disfrute de una tensión sana con el presente» (1). El esquema de comunicación muy conocido por todos: emisor – mensaje – medio – receptor que hemos aprendido, hace tiempo, resulta insuficiente para comprender la comunicación humana. Aún más lo es, si se trata de asumir el desafío de explorar la escucha de los niños. La comunicación humana es múltiple, variada y cambiante. Nunca es lineal, se da simultáneamente interesando varios sentidos. Así por ejemplo, mientras escucharnos una persona oímos sus palabras, vemos sus actitudes corporales y hasta nos pueden conmover sus gestos cuando estos están transmitiendo emociones. La posibilidad de esta captación está directamente relacionada con nuestra capacidad de vinculamos.
Al visitar nuevamente Reggio Emilia, no hace mucho de esto, me impresionó dentro de los fundamentos de su labor la creciente importancia que le asignaban al «escuchar a la infancia». Conversando con el equipo de profesionales que dirigen los jardines infantiles del municipio, estos nos expresaron una vez más la ligazón que guarda esta propuesta con los principios de los «Cien lenguajes del niño» y lo relacional. La conciben como una propuesta de respeto al niño competente, como un camino de mayor humanización en un mundo que avanzan cada vez más hacia lo mediático, donde se pierden en forma creciente la comunicación «cara a cara», los contactos genuinos y serenos.
Escuchar no es solo oír
En un primer momento la frase «pedagogía de la escucha» puede centrarnos en un solo sentido y limitar nuestra comprensión al «oír». Como dice Carla Rinaldi: «usamos escuchar como una disponibilidad, como sensibilidad entre escuchar y ser escuchado; escucha que no solo se centra en lo auditivo sino en todos los sentidos (vista, tacto, gusto…). Escucha de los cien lenguajes, símbolos, códigos con que nos expresamos y comunicamos, con los cuales la vida se expresa a quienes la saben percibir» (2).
Mirar forma parte del escuchar. La observación puede ayudar a los adultos a comprender mejor la forma en que los niños reaccionan en su entorno, las opciones que toman y las conexiones que establecen.
Hoy, los adultos —quizás por la falta de vínculo con la naturaleza— estamos cada vez más centrados en la vista y el oído, descuidando la información y la posibilidad de comunicación que nos brindan el tacto y el olfato. El tacto requiere especial atención por parte del educador, sobre todo con Es niños que asisten al Jardín Maternal. Este constituye una función central del contacto y la bibliografía provenientes de corrientes tales como la Gestal, el Psicodrama Moreneano y la Neurolenguistica nos acercan interesantes estudios sobre la influencia importante y benéfica que podemos ejercer sobre otra persona con un «sostener» amoroso, una caricia, un escuchar tomando de la mano al niño que nos transmite su mensaje, como puede.
Desde el “no tocar» que hemos vivido cada uno de nosotros en la infancia y desde el miedo de acercarnos demasiado a otro ser, miedo que puede haberse gestado en nuestra propia historia personal, tenemos que crear el clima del tacto interpersonal. El tacto interpersonal requiere apertura, paciencia y práctica.
Nuestra labor profesional con niños de corta edad, se enriquece si trabajamos para que nuestros sentidos sean cinco oráculos privados y si lo logramos -renovaremos más allá de nuestra tarea- el vínculo sagrado que nos une a la vida. Hay quienes sostienen con humor, inspirándose en Descartes: «Siento, luego existo».
Marion Woodman nos dice: «Veo, huelo, gusto, oigo y toco. Por los orificios de mi cuerpo doy y recibo. El proceso dinámico de intercambio entre mi persona y el mundo exterior es la forma como sucede el crecimiento». Esta afirmación es tan válida para nosotros como para nuestros niños que se caracterizan por ser infatigables exploradores de su entorno.
Escuchar desde el darse tiempo
El educador, al igual que el resto de los profesionales, están atravesados por la inmediatez en su cotidianeidad. Por eso, hablamos de un tiempo del «escuchar». Un tiempo fuera del tiempo cronológico, un tiempo pleno dc silencio, de pausas largas, de espacio interior.
En este sentido el poder escuchar al otro implica el saber escucharse a sí mismo. Escuchar me permite una mejor y mayor cercanía al mundo y por lo tanto a los niños.
Esto implica un cambio de actitud, un comprender que a veces no hay necesidad de hablar tanto, que el diálogo implica un escuchar atento y una postura abierta, para comprender más allá de las palabras.
Si le encontramos el gusto al escuchar podremos tener más placer de vivir. El escuchar contiene curiosidad, deseo, dudas, intereses. Saber escuchar nos conduce siempre a alguna emoción, la emoción que es capaz de producirnos el otro, la emoción intrínseca a toda interacción que se concreta en una auténtica comunicación.
Todo lo antedicho, solo es posible si nos otorgamos tiempo a nosotros mismos y a los otros. Un tiempo de silencio que necesariamente debe alternarse con el de la acción, un tiempo fértil que nos permite contactos más profundos con nosotros mismos y con los otros.
Escuchar como verbo activo que interpreta dando significado al mensaje y valor al que lo emite.
Este escuchar no implica ausencia de respuesta, sino una respuesta acorde que puede ir desde el silencio comprensivo a una respuesta comprometida que puede expresarse en un comentario estimulante o en un diálogo fértil.
Escuchar con respeto y lograr el encuentro
Escuchar a los niños tiene que ver con creer en sus potencialidades, con tomar en serio sus posibilidades de hipotetizar, con valorar la expresión de sus sentimientos. En fin, con creer que cada etapa de su crecimiento es digna de ser respetada y acompañada suspendiendo nuestros juicios de valor y nuestros prejuicios, estando disponibles a posibilitar sus cambios desde el aquí y ahora en que se encuentran.
Cuando el niño se siente escuchado, al expresar sus teorías o interpretar de determinada manera un problema, se siente reconocido desde su intuición, desde su capacidad de expresarse a través de los diferentes códigos que maneja. De este modo, genera confianza en sí mismo, sale del anonimato, legitima su posibilidad de confrontar lo que piensa en un diálogo. El diálogo lo llevará a la comprensión y a la conciencia de poner a prueba sus ideas, de imaginar nuevas formas de simbolizar.
Sin embargo, escuchar a los niños, reaccionar sobre lo que dicen, tomar en serio sus experiencias, no es tarea fácil.
Veamos dos ejemplos que nos proporciona Jan Van Gils:
- «¿Tienes dolor en tu rodilla?. No está grave. Esto pasará. No pienses en esto, ve y sigue jugando».
Aquí escucha al niño pero no se le toma en serio. No hay preocupación por el
nato, si por las actividades.
- «Tienes dolor ¿Dónde en tu rodilla, Déjame verla. No está grave, pero sí imagino que te duele. Espera, la frotaré y estará mejor. ¿Estás mejor ahora?. Bueno frotaremos un poco más».
Aquí sí se torna en serio al niño, el dolor y sus propias emociones son importantes. No se exagera, no se le da demasiada atención, no se preocupa demasiado por los hechos. Sin embargo se toma en serio a la persona y a sus sentimientos. Se escucha a la persona y la pregunta que está detrás.
Sin duda, el modo de escuchar y la calidad del diálogo dependerá de la situación y del contexto. Este ejemplo, solo intenta bajar ciertos principios a la cotidianeidad.
La ética de la convivencia, que tanto preocupa hoy a todos los educadores del mundo se relaciona estrechamente con la vincularidad y la capacidad de escucha que trae al centro del escenario de nuestro siglo el tema de valores, tales como: respeto, responsabilidad y solidaridad.